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Arquitectura en la Tate Modern

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Posted on 9 enero, 2015

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Tate Modern —el museo tenía muchas ganas de quitar el ‘the’ de su nombre oficial— es la materialización de las transformaciones geográficas y culturales que Londres ha experimentado en las dos últimas décadas.

Durante siglos, la ciudad estuvo definida por una división muy marcada entre el norte y el sur del Támesis. Las instituciones financieras, judiciales, religiosas y políticas estaban en el norte, mientras que el sur era una especie de pariente pobre de la ciudad. Southwark, el barrio tradicionalmente descuidado en el que se sitúa la Tate Modern, tiene una catedral medieval y fue allí donde se ubicó el Globe Theatre de Shakespeare, pero esto no ha sido óbice para que durante mucho tiempo el enclave se haya visto como una especie de Ciudad Juárez, el gemelo mejicano de El Paso al sur del Río Grande, un lugar donde los norteños van a hacer el gamberro, y un imán para las industrias más contaminantes y para algunos de los aspectos menos agradables de la vida urbana.

El enorme éxito popular que ha tenido la Tate —una de las grandes instituciones culturales del país— en lo que antaño fue una bolsa de delincuencia ha desempeñado un papel importante en la ruptura de la tradicional división de la ciudad en dos partes.

La Tate ha revitalizado la zona y ha fomentado la inversión. Desde el punto de vista cultural, la institución ha sido igualmente importante. Su director durante muchos años, Nicholas Serota consiguió su puesto en 1988 gracias a un brillante análisis de las fortalezas y debilidades del edificio original del siglo XIX donde el museo iba a ubicarse, que no era lo suficientemente grande como para albergar la principal colección de arte británico.

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